Inútiles humanos (Ｉ)

- ¿Todo está preparado?-pregunta, uno de los miembros del consejo.
- No todo-le contesto, con mi tono frío y seco de siempre. Quedaba sólo la presentación.
Siempre que mantengo una conversación con él, hago que suspire. Y efectivamente, Admes suspira como si estuviese cansado de todo aquello. Desde que Adrastos pidió que hiciésemos todo esto, Admes se había sentido incómodo y malhumorado. De hecho, me acuerdo perfectamente de la cara de perplejidad que puso en la reunión de hace apenas unos meses; una cara de no tener ni idea de como empezar.
- Eso está mal-comenta.-¿Qué es lo que queda?-pregunta, mirando a algún lugar en el horizonte desde aquel balcón.
Cuando me dijeron que Admes me buscaba, no tuve que preguntar dónde lo encontraría, pues sabía que estaría aquí. Siempre que está preocupado o metido en sus pensamientos, lo encontraremos aquí.
Lo cierto es que desde que me metieron aquí, no me resultó muy fácil quedarme con los lugares principales del Consejo, y no era algo muy fuera de lo común. Con un palacio como este, formado por 672 habitaciones, el ochenta por ciento de ellas inhabitadas, era normal perderse o no saber dónde está cada sala. Era algo inútil, pues el Consejo lo forman diez inútiles humanos. Y los sirvientes, claro. Pobres esclavos, personas con una mentalidad tan fuertes deberían de ser capaces de levantarse ante sus amos.
Inútiles humanos.
No entiendo por qué Alpha me mandó aquí. Cuando me pidió que fuese a la reunión que organizó Adrastos y me dijo que me encargase de lo que planeaban, no tuve más remedio que asentir. Claro, ¿qué voy a hacer yo ante el rey? Y encima siendo su mano derecha. No pude negarme a pesar de que los humanos realmente me repugnen. Siempre se creen que están por encima de razas que son posiblemente superiores a ellos, siempre con sus... cosas.
- ¿Aileen?-me llama Admes.-¿Has oído mi pregunta?
Claro que sí, idiota.
- Sí. Si quiere averiguarlo, será mejor que vayamos a donde todos estén reunidos. Ya han acabado.
- Oh, bien. Entonces, vayamos al Gran Salón y demos inicio a nuestros peones.
- No creo que llamarlos peones sea algo agradable para ellos.
- Siempre tan seria, Aileen. Deberías de sonreír un poco más, como hacen los de tu raza.
Imbécil.


La reunión a la que tuve que asistir, fue una de las más interesantes a las que he asistido. Por no decir la única interesante. A pesar de que odio a estos humanos, estos han planteado algo interesante, y cuando le conté a Alpha los planes, se le iluminaron los ojos. Tenía una idea, seguramente algo vaga e insignificante, pero la tenía.
Sigo a Admes por los innumerables pasillos, para llegar al Gran Salón donde se iniciaría la presentación del fruto del trabajo.
- Aileen, ¿qué opinas sobre la magnífica idea que anunciamos en la reunión? Necesitábamos la afirmación de una raza tan fabulosa como la vuestra.
- Era bastante... curiosa.
- La verdad es que no esperábamos que una raza tan bella como es la vuestra aceptase unirse a nuestro plan.
Ambiciosos.
- No me sea tan adulador, Admes.
- ¡Es por eso que necesitamos esta élite de seres nuevos! ¡Que aprendan sus hábitos, que se realcen!
Obviamente, aquello sonaba algo falso, pero a la vez parecía que transmitía esperanzas. Realmente, este hombre me incomodaba, siempre estaba diciéndome cumplidos, y cada día me llamaba unas dos veces, sólo para verme y preguntarme alguna tontería. Sus pensamientos seguramente son sucios, y me sentaba mal el no poder hacer nada al respecto; las órdenes de Alpha siempre son claras y nunca se deben de romper.
En el cruce de unos pasillos, veo de reojo pasar a Argus, un humano joven que trabaja por aquí estudiando y ayudando a los miembros del Consejo que se encargaban del plan, de hacerlo funcionar, supuestamente. He hablado pocas veces con el muchacho, pero todas las veces ha sido agradable y no me ha resultado molesto. Siempre que me ve me cuenta cómo marcha el plan, con todos los detalles. Nunca sé cómo tomarme todo lo que me cuenta. ¿Lo hace para despertar mi interés? ¿Para que esté al día de cómo van las cosas? ¿O por algún otro motivo que no puedo llegar a imaginar?
Argus me saluda con un movimiento de cabeza, pero yo no se lo devuelvo. Al fin y al cabo, es un humano, por muy agradable que sea cuando esté conmigo. No es más que otro como cualquiera, que persigue sus ambiciones por interés propio. Como el tengo a mi lado.

          A los pocos minutos, Admes y yo llegamos al Gran Salón, una sala muy espaciosa con grandes ventanas que mostraban el exterior, un simple bosque que habían reformado y lo habían convertido en una especie de jardín, algo que me había resultado doloroso. El Gran Salón no era más que eso: una gran sala con columnas muy altas que hacían que la sala se elevase bastante, y sonase el eco de las voces cuando se habla, siempre vacía, sin muchas cosas. Su decoración era básica; unas cortinas y un suelo limpio y luminoso, donde podrías ver el reflejo de tu cara si te centrabas bien, y unos simples cuadros pintados por quién sabe quién.
Ahora mismo, la sala estaba ocupada con una mesa rectangular, donde había diez asientos, cinco de ellos ocupados por cinco miembros correspondientes del Consejo. Otro asiento sería para Admes, tres para los miembros de batas blancas que estaban allí de pie y susurrando cosas, y uno último para un miembro final, el cual no había aparecido por allí.
Admes se aleja de mí y se sienta en una de las sillas, y Argus aparece por la puerta, cargando dos sillas más, mientras me busca con la mirada.
- Oh, señorita Aileen, he traído dos sillas para nosotros dos-comenta, con un tono cálido y alegre, propio de él, mientras coloca las sillas en una parte de la sala, algo retiradas de la mesa principal.
- Muchas gracias, Argus-contesto, y me siento en una de ellas, mientras el muchacho toma asiento a mi lado.-¿No vas a presentar el fruto del plan con ellos?
- ¿Cómo?-pregunta perplejo, clavando sus ojos avellanas en mí.-Oh, no, no, no. Yo sólo estoy con ellos tomando notas y ayudando en tonterías, como limpiar alguna otra cosa que me pida. Realmente, apenas sé qué han sacado de ahí. Cuando yo entraba ya estaba todo recogido, y sólo me pedían que limpiase. Lo que yo le contaba, señorita, eran palabras que ellos me decían.
Algo así como un esclavo, pero sin hacerse notar. Esto, realmente, no me gusta.
- Ya veo.
- Señorita Aileen, me gustaría pedirle un favor-me llama, tras unos segundos de silencio. Veo de reojo cómo traga saliva, algo nervioso.-Tras esta reunión, me gustaría que viniera conmigo. Sólo para tratar unas cosas-murmura, como si se tratase de un secreto.
Si hubiera sido Admes el que le hubiera pedido aquello, se lo hubiera planteado mejor.
Sin embargo, era Argus el que lo había pedido, no puedo negarle, así que me limito a asentir.
- Muchas gracias, señorita-contesta con una amplia sonrisa.
          Una cabeza se asoma por una puerta que se encuentra en una esquina del Gran Salón, que llevaba a otra sala, posiblemente más pequeña, a la que nunca he entrado. El miembro que faltaba aquí, es la persona que se ha asomado, y tras un asentimiento de cabeza, hace que las tres personas que estaban de pie, vestidas con sus batas, se sienten.
- ¿Está lista, señorita?
No contesto ante la pregunta del muchacho. El fruto de los meses de trabajo de aquel plana, iban saliendo por la puerta. Echo una mirada a Admes, que me mira sonriendo, complaciente. Echo otra mirada a Argus, el cual parece asustado.
Y finalmente miro hacia aquellas figuras, apretando los dientes y cerrando los puños, mientras notaba el calor del enfado.
Malditos humanos. Ya no saben ni cumplir promesas. Imbéciles. Ambiciosos. Cretinos.
¡Necios, insensatos, deficientes!
¿Qué habéis hecho?
¡Inútiles humanos!