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domingo, 16 de agosto de 2015

Inútiles humanos (II)

(PRIMERA PARTE AQUÍ)

Salgo de la sala nada más ver aquello, totalmente enfadada, escuchando unos aplausos de fondo.
¡Increíble, encima, aplauden! ¡Deficientes!
Al cabo de unos minutos andando por los pasillos de aquel lugar, termino en el rincón más apartado del jardín, un pequeño pabellón de madera pintada de blanco, con unas tejas marrones, cuyas columnas de madera estaban plagadas de flores blancas, haciendo creer que las flores era lo que mantenía en pie aquello.
Apoyo las manos en la barandilla, cerrando los puños mientras contemplo enfadada las vistas que tenía, un lago de aguas cristalinas, donde ahora mismo nadaban tranquilamente dos cisnes. El plan no era aquel. Los miembros del Consejo habían acabado con las palabras que dieron en aquella reunión. Acabaron con la promesa de que lo que iban a hacer sería bueno y haría que el futuro fuese más productivo, más lleno de... esencia.
Pero era obvio que aquellas palabras no eran más que juramentos vacíos, sin el futuro que imaginábamos. Sólo decían lo que queríamos oír.
- ¡Señorita!-exclama una voz detrás mía, y me giro manteniendo la calma, para encontrarme con Argus, que se apoya sobre sus piernas, exhausto.-Menos mal que la he encontrado.
- ¿Qué ocurre ahora?-pregunto girándome para mirar otra vez el paisaje, sin muchas ganas de hablar. Admiro la calidez del muchacho cuando habla conmigo, pero este no es el momento para hablar, no me apetece pagar la rabia que tengo en él.


- Esto...-titubea, escuchando sus pasos acercándose hacia mí.-¡Señorita Aileen, lo siento mucho!-exclama, y me vuelvo a girar, sorprendiéndome por la reverencia que hace Argus.-¡Todo lo que le he contado, han sido mentiras! ¡Eran palabras que ellos me decían y que yo le he estado transmitiendo, haciendo así que se cree en usted cierta calma y seguridad!
Parpadeo perpleja, observando al joven que está aún haciendo la reverencia. Sus palabras me han pillado con la guardia baja. Obviamente, no era su culpa, también se la han jugado a él.
- No te preocupes. Yo le haré saber a Alpha todo esto y hará algo al respecto.
- ¿Hablará con el rey de los elfos?-pregunta, alzando la mirada hacia mí.
- Claro, no dejaré que estos humanos hagan estas cosas con esos... cuerpos.
- Increíble. La verdad es que no esperaba menos de vosotros, señorita.
 
Y era cierto. No iba a dejar a que Admes y los demás miembros del Consejo hicieran aquello. Tras mis últimas palabras hacia Argus, me dirijo rápidamente en busca de Admes, el cual lo encuentro nuevamente en el balcón, dándome la espalda. Antes de hablar con él, me tomo unos segundos para calmarme mejor y respirar hondo.
- Vaya vaya, parece que nuestra elfa favorita ha vuelto tras la bonita sorpresa.
Qué bien lo sabía.
- ¿Sorpresa a mí?-pregunto, acercándome hacia la barandilla del balcón, observando a aquel hombre que me miraba con una sonrisa triunfadora.-La sorpresa se la llevará Alpha cuando se entere de que no habéis cumplido la palabra del trato.
- Oh, se equivoca. Se llevará dos sorpresas, y la primera esa-contesta, ampliando más la sonrisa, ahora con cierto aspecto malévolo.-¿No se da cuenta, Aileen? ¡Hemos creado una raza perfecta! ¡Vamos a hacer que el futuro prospere realmente!
- Habéis... ¡Habéis creado unos seres de otro mundo!
- ¡Se equivoca!-contesta feliz.-¡Hemos cogido las células de un ser mitológico y las de un humano, y partes del cuerpo de cada ser, implantándoselas a la de un humano, para hacer como si fuese un vástago de un ser mitológico y un humano, pero mucho más mejorado!
No, no habían hecho eso en parte.
- ¡Habéis cogido cuerpos inocentes y matado a seres mitológicos y a humanos para hacer esas abominaciones! ¡Vuestro plan, era crear humanos mejorados, no vástagos falsos!
De buenas a primeras, empieza a reírse. Su risa me suena seca y con cierta maldad, algo desagradable que oír.
- Oh, mi señorita, está totalmente equivocada.
- ¿Cómo dice?
- Eso es lo que vosotros, los supuestos seres mitológicos más inteligentes y bellos habéis pensado.
Sucio traidor.
Me quedo callada unos segundos. Aquello me ha cogido un poco con la guardia baja, y ahora no sé muy bien qué contestar, sólo se me ocurre preguntar una cosa, que en cierto modo me da mala espina.
- ¿Qué... cuál es la otra sorpresa que va a recibir Alpha?
Su sonrisa maléfica hace que me recorra un frío escalofrío por la espalda, y por la entrada del balcón, veo que dos guardias de allí llevan en volandas a Argus. El chico se resiste, y nos mira rápidamente. Pero igual de rápido que nos mira, desaparece junto a los guardias.
Argus vuelve a aparecer, y se apoya en el borde de la puerta, mirándome de manera alarmante y soltando jadeos.
- ¡Señorita, huya antes de que sea demasiado tarde!-exclama, y los dos guardias que lo sostenían vuelven a aparecer, le pegan una bofetada haciendo la mejilla del chico se vuelva roja en un momento, y se lo vuelven a llevar.
Miro a Admes, retrocediendo unos pasos, y observo que su sonrisa se ha mantenido.
Esto va mal.
Admes chasquea sus dedos y otros dos guardias aparecen por la puerta, pero se quedan ahí quietos.
- Tienes dos opciones: te puedes ir con ellos de forma pacífica a tu nueva habitación, o te pueden llevar como han hecho con ese muchacho.
- ¿Es esto un secuestro?
- Algo así. Pero tu padre no se enterará. El rey Alpha seguirá pensando que su hija sigue estando aquí tan bien hospedada como siempre.
- Sucio traidor-le mascullo y él se encoge de hombros, haciendo un gesto de cabeza y noto cómo ambos guardias me llevan en volandas, sin esperar una respuesta mía.
          Tras cruzar varios pasillos largos y bajar algunos cuantos tramos de escalera, los guardias me conducen a mi nueva habitación, que viene siendo los calabozos de aquel palacio, los cuales sólo estaban ahora mismo ocupados por Argus y yo, en una misma celda.
Al menos dejaban aquello con buen olor y limpio, pobre en luz, pero no tan desagradable como en los libros de fantasía que hay, donde estos sitios eran lugares donde vivían las ratas, lugares con olores y sonidos horribles y donde iba la gente que normalmente hacía algo mal.
Pero yo no he hecho nada mal.
Nada más entrar, los guardias se marchan tras cerrar la puerta, y aguanto las ganas de gritarles algo grosero. Total, ellos eran sólo los que hacían los mandados y trabajos sucios.
Me giro hacia Argus, que me observa un poco tembloroso.
- ¿Y a ti por qué te han encerrado?
Al principio frunce el ceño, como si estuviese pensando algo, y luego se encoge de hombros.
- Supongo que por todo lo que sé. O sabía...-traga saliva, y yo suspiro. Realmente, han hecho una buena jugada y nos han pillado desprevenidos.-Señorita-balbucea-¡realmente yo no sabía que iban a sacar aquello!-Niego con la cabeza, y hago un gesto con la mano para quitarle la preocupación, y él suspira y da un puñetazo en la pared, dejando un pequeño agujero. Menuda fuerza.-¡Realmente me la jugaron!
Lo que pasó hace apenas una hora, me dejó realmente sorprendida por la capacidad de estos humanos a la hora de crear cosas, pero también bastante molesta por jugar con los cuerpos de seres mitológicos y humanos, además de tirar por la ventana sus palabras.
Me sorprendió en cierta parte porque fueron capaces de crear algo un poco más difícil de lo que ellos nos dijeron en la reunión donde se planteó todo. Pues crear un sátiro, una arpía, una ondina, un enano, un liche, una gárgola, un cancerbero y arconte no es nada fácil. Un ser mitológico de cada tipo que hay: terrestre, aéreo, acuático...
Estos humanos, siempre probando cosas nuevas...

          Tras una semana, Admes me obliga a escribir una carta, o cualquier tontería para entregársela a Alpha y así hacerle creer que estoy bien. Claramente, no voy a mandar una carta cualquiera.
- Señorita, ¿qué va a decirle al rey en la carta?
- No le voy a contar ningún cuento, ni tampoco los problemas que tenemos-contesto, sentada en la silla con el papel y la pluma en el escritorio que habían puesto en la celda, para que me resultase más cómodo escribir.
Frunzo el ceño, apoyándome en una mano para saber qué podría decirle a Alpha. Tengo que poner que necesito ayuda, pero de tal manera que Admes no lo sepa, porque estoy casi segura de que leerá la carta antes de mandarla.
Me paso varios minutos pensando, y Argus se mantiene en silencio, sentando en el suelo junto al escritorio, dejándome pensar, cosa que agradezco en el fondo.
Al final, una idea brillante y sencilla se me ocurre, y chasqueo los dedos.
- Ya lo tengo, Argus-comento, observándole con un brillo en los ojos.-¿Se te da bien escribir poesía?
- ¿Le va a mandar una poesía al rey?-pregunta, desconcertado.
- Sí, pero no una cualquiera. De pequeña, entre una amiga y yo nos escribíamos este tipo de poesías, para pasarnos mensajes ocultos-explico, y antes de que pregunte algo, continúo.-Inventamos este tipo de poesía que se caracteriza porque la primera letra de cada línea, si lees hacia abajo, forma una frase o una palabra, dependiendo de cómo de larga sea tu poesía.
- Oh, comprendo. ¡Vaya invento!-exclama.-¿Y qué palabra vas a escribir?
- Ayuda.
          Tras unos minutos largos donde Argus me ayudó bastante en escribir la breve poesía, llamo a uno de los guardias que se acerca rápido a la puerta de la celda y le entrego rápidamente el pequeño trozo de papel, ya doblado, y la pluma. En cuanto se marcha a paso rápido, Argus me llama.
- Señorita, ¿sería mal momento ahora...-empieza a preguntar mientras me giro hacia él con las cejas levemente levantadas, esperando que me diga lo que me tenga que decir-de decir que soy un fénix? 


Ese mismo día, unas horas más tarde, en algún lugar...
- ¡Alteza alteza! ¡Ha llegado esto, desde el Consejo!-grita, uno de los soldados que custodia las puertas del reino elfo.
El rey, Alpha, se pone en pie tan energético como siempre, acercándose al soldado, el cual le entrega un pequeño papel, sellado.
- Puedes retirarte-dice el rey, y el soldado realiza la orden tras una breve reverencia.
El rey impaciente, pues sabía que algo no podía ir bien, abre la carta con agilidad y se encuentra con la letra de su hija, Aileen, la cual había escrito un poema en aquel trozo de pergamino. Alpha frunce el ceño tras leer por primera vez la poesía.
- Algo no va bien, ella no escribiría esto sin ningún motivo.
El rey vuelve a leer la carta, centrándose en cada detalle que tenía, y cuando ve algo que le resultaba extraño, un recuerdo de hace unos años le vino a la cabeza. Un recuerdo donde un día pilló una de las cartas de su hija donde había este tipo de poesía, y descubrió el truco.
Al instante, en cuanto descubre la estratagema de su hija, llama al capitán de la guardia.
- ¡Invoca ahora mismo a un total de diez soldados! ¡Nos vamos al Consejo a hablar con Admes!
- ¿Es algo realmente importante, si se me permite preguntar, señor? Es para preparar a mis mejores hombres-contesta el capitán, totalmente recto y con la cabeza bien alta.
- Un poco. Si no me dejan ver o no escucho lo que quiero escuchar, ¡es que me han declarado la guerra!


Este relato, que se ha dividido en dos partes, no tiene una tercera de momento.
A no seeeeer. . .

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