Hay flores que dan una buena impresión con su olor; flores que te engañan con su buen aspecto pero que esconden mentiras y trucos, sólo para atraerte; o flores tan sencillas que simplemente son eso, sencillas.
A mí me gustan los girasoles.

Los girasoles me parecen flores fieles; fieles al sol, por ejemplo. Siempre le siguem, da igual a donde vaya. Toman al sol como si fuese un Dios, como algo insustituible. Al fin y al cabo, es algo que les da vida. Son flores esbeltas y honradas, cuando sale la Luna, ellas paran y se esconden, detienen lo que hacen. Y todo sin moverse del sitio.
¿Por qué?
Se agachan como si tuviesen miedo, y no las culpo, pasan muchas cosas malas de noche; salen esos monstruos a los que les tememos. Toman a la Luna como algo malvado, que solo trae misterios, miedo y cosas extrañas. La tienen como una enemiga del Sol, el malo del cuento, y eso significa que para ellas también es el enemigo.
¿Y si la Luna quiere romper el amor entre el sol y los girasoles? Eso sería cruel.

"¿No son maravillosas, abuelo?" pregunto yo cuando él me acaricia la cabeza para buscarme e ir a cenar. "Claro que sí." y volvía a sonreír y me aconsejaba que cogiese una para mí, pero me negaba. "¿Por qué?" preguntaba sorprendido siempre. "Ellas tienen también a alguien a quien admirar, no me gustaría separarlas de ese ser tan importante".
Y así, abuelo. Te dejo estas flores aquí.
Porque tú eres mi sol y yo soy tu girasol.
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